Thursday 7 February 2013

Con un Lienzo en Blanco

El escritor siente pánico ante la página en blanco, se dice de continuo. Contrariamente, el pintor se experimenta invitado o recibido por el lienzo blanco que, desde el principio, le impulsa a pintar. La diferencia es capital puesto que mientras la escritura es un código complejo, la pintura es, en principio, un quehacer elemental. Con código posterior y de segundo grado, si se quiere, pero con la llaneza en primer lugar.

El escritor se impresiona ante el vacío de la página blanca mientras el blanco en pintura constituye de por sí una obra completa. La página vacía es una nada, pero el cuadro, aún sin manipular, es anticipadamente parte del cuadro o el cuadro repleto. No será de ningún modo posible reducir la pintura a la nada porque incluso la invisibilidad o la transparencia plásticamente le pertenecen. Lo no escrito, el signo no grabado, remite a una incertidumbre agotadora, pero el blanco en la pintura regala ya un color y con él se inicia la dialéctica.

Cualquier pintor tiene mucho adelantado con el lienzo impoluto: su cromatismo perfecto, su textura, sus haces de luz, sus proporciones, su inclinación, forman la obra. Considerado de este modo, la pintura se halla siempre prepintada. Tan condicionada por sí misma y su materia como relativamente dependiente del gesto del artista.

Se advierte, pues, que la pintura vive y habita entre nosotros mientras la escritura, a su lado, viene a ser un ingenio introducido en la comunicación. La pintura parte del alma y llega a ella sin mediación puesto que compone su paisaje primitivo. La escritura, sin embargo, no pertenece a la patria inaugural y debe pasar por la mente y sus dispositivos de aprendizaje.

La imagen pintada es la emoción dispuesta para ser degustada; la escritura, en general, exige, en cambio, un ejercicio de traducción que se desbarata si la atención de la lectura se debilita. Hay, sin embargo, en la pintura y en la escritura poética una cualidad similar en su composición y esta se detecta en el momento en que la obra en marcha adquiere autonomía y desde su personalidad entabla una conversación con el artista.